martes, 7 de marzo de 2017

LA TEORÍA DE LAS CLASES Y LA POLÍTICA CLASISTA HOY




Autor(es): Radice, Hugo
Radice, Hugo. Senior Lecturer en Economía Política Internacional en el Institute for Politics and International Studies de la Universidad de Leeds, Gran Bretaña. Fue co-fundador en 1970 de la Conference of Socialist Economists



En la primavera de 2013, la BBC dio a conocer una importante encuesta sobre la estructura de las clases de la Gran Bretaña moderna, preparada por un equipo de sociólogos dirigidos por el profesor Mike Savage, de la London School of Economics (LSE). La encuesta intentaba ampliar el análisis ocupacional tradicional de las clases teniendo en cuenta con mayor detalle “la función de los procesos culturales y sociales en la generación de la divisiones de clases”, y los autores argumentaban que “este nuevo modelo de clase reconoce la polarización social en la sociedad británica y la fragmentación de clase en sus capas medias” (Mike Savage et al, 2013: 220).

Estas dos observaciones, de la polarización y la fragmentación, resonará seguramente en cualquier observador eventual del cambio social. En los últimos años, en muchos países de todo el mundo, indudablemente, la desigualdad del ingreso, la riqueza y el poder han estado creciendo; por ejemplo en Inglaterra, donde ha sido ampliamente estudiado el aumento de la desigualdad, a menudo relacionando las desigualdades de ingreso y riqueza con las que hay en las cuestiones de salud, vivienda, educación y otras cualidades de vida.i Al mismo tiempo, las cada vez más complejas configuraciones de la clase, tal como se entienden en la encuesta de LSE, también han sido evidentes. Hay muchos que consideran que lo que se interpreta tradicionalmente como la clase trabajadora está fragmentada en estratos definidos tanto por la posición social, las pautas de gastos y la dependencia de la asistencia social, junto a los aspectos más tradicionales de la ocupación y los ingresos (cf. Jones, Chavs, 2011; y Standing, 2011). Mientras tanto, que la clase media sigue siendo, como siempre, difícil para definir con alguna claridad: incluye a los dueños de pequeños negocios, profesionales, administradores y trabajadores calificados o supervisores en todos los sectores de la economía, pública y privada.

Los autores de la encuesta de la LSE distinguen sus clases con referencia a las experiencias, actitudes y estilos de vida personales, y las relacionan con tendencias económicas y sociales. Este enfoque es atractivo porque basa la identidad de clase en algo común a todos nosotros, o sea, en una trayectoria de vida que se puede verificar y analizar, y porque los datos generados en una encuesta así pueden ser sometidos a análisis estadísticos sofisticados. Los elementos que se seleccionan para registrar se basan en un particular marco conceptual, desarrollado hace unos treinta años por Pierre Bourdieu. En este enfoque, se diferencia a los individuos por su posesión de capital económico, cultural y social en diferentes cantidades y proporciones, donde las tres formas de capital son en principio independientes entre sí. Luego se analizan los datos para identificar agrupaciones de individuos – finalmente, en este caso, siete – que en gran medida comparten las mismas características económicas, sociales y culturales.

Aunque este tipo de encuestas ofrece una instantánea informativa de estas agrupaciones, deja abierta la pregunta sobre qué procesos sociales están configurando la forma en que nos agrupamos de este modo, y sobre la forma en que las clases, tomadas como agrupaciones, interactúan entre sí.ii Algunas de las fuerzas que configuran las agrupaciones son tratadas como distintas, aunque interactuantes; y en el análisis final, son atribuidas a factores que se consideran externos, como la tecnología o la escasez de recursos. Sin embargo, la encuesta es esencialmente un ejercicio heurístico más que un ejercicio para probar distintas hipótesis sobre el cambio social, y el principal resultado es una cartografía de la forma en que los diversos cambios observables son compatibles entre sí; sigue siendo muy difícil formular preguntas verdaderamente importantes sobre la sociedad de conjunto, y sobre cómo cambia la diferenciación social a lo largo del tiempo.

Pero la actualmente renovada preocupación por la clase también plantea importantes preguntas sobre si, y cómo, podemos cuestionar al orden social presente. Si la sociedad está verdaderamente tan fragmentada como parece en lo inmediato, ¿qué posibilidades podríamos tener de promover una vez más los ideales progresistas de democracia, igualdad y solidaridad que levantaron los socialistas – en su más amplio sentido – durante los últimos doscientos años? El ambiente político en general no ayuda en nada, dada la integración global cada vez más profunda que parece socavar todo sentido de acción política local o nacional; la fractura generalizada de la mayoría, si no son todas, las sociedades según el género, la raza, la sexualidad y la religión; y el inminente problema del cambio climático que amenaza a toda la relación de la humanidad con la naturaleza. Luego de décadas de retroceso ante estos obstáculos, la crisis financiera global que se está desarrollando desde 2007 ha conducido a muchas y dispares iniciativas en todo el mundo, pero hasta ahora todavía no ha dado por resultado una renovación significativa de la izquierda, o al menos, una suficientemente unificada, sostenida y amplia como para motivar un verdadero optimismo.

Por el contrario, ya sea en los países supuestamente más ricos y avanzados, o en el resto del mundo, ni la socialdemocracia ni el socialismo de estado han podido resistir las consecuencias políticas de las nuevas circunstancias. Ni siquiera hemos comenzado a responder en forma creativa. Todavía recurrimos con demasiada facilidad a los viejos libretos, aferrados a la creencia de que el problema no reside en la forma en que los socialistas hemos convertido nuestros ideales políticos en una política eficaz de izquierda, sino en los fracasos de los líderes, o en las carencias de nuestros indiferentes conciudadanos. En verdad, es difícil, en estos días, hablar sobre el socialismo como alguna especie de verdadera alternativa, y ni hablemos de elaborar una política que pueda crear instituciones y prácticas prefigurativas, que a su vez convenzan a otras personas, en una cantidad importante, sobre la posibilidad de un mundo mejor.

Así que, ¿por dónde empezamos? Seguramente, tenemos que hacer una campaña en muchos frentes. El renovado interés sobre la desigualdad (como El capital de Piketty) está influyendo en el debate público en muchas partes del mundo. Lamentablemente, esto no se debe a un verdadero cambio radical en la opinión (y menos en la acción política) en el público en general, pues en éste se sigue desplegando esa mezcla de aspiración y resentimiento que habitualmente le atribuyen algunos comentaristas. Más bien, se debe mayormente a que para las élites políticas, sean liberales, socialdemócratas o autoritarias, la brecha entre los ricos y los pobres ha crecido tan excesivamente que temen que la aspiración se agote y el resentimiento se profundice hasta caer en el desencanto y en la rebelión, tanto de las “nuevas clases medias” como de los pobres y los excluidos.

El punto de partida de este ensayo es sugerir que la cuestión de la clase es central, como se discutió en el prefacio del Socialist Register del año pasado.iii Con esto no queremos sugerir que deba tener prioridad sobre otras cuestiones; por el contrario, parece obvio que la contraposición entre la “política de clase” y “movimientos sociales” ha sido uno de los principales obstáculos para la renovación de la izquierda durante los últimos cuarenta o más años.iv En cambio, en las páginas siguientes queremos argumentar que las penosas experiencias de todo este período sólo pueden ser resueltas mediante una crítica de las formas en que se comprende la clase.

Para hacerlo, nos proponemos primero revisitar la concepción relacional original de Marx de la clase, y la forma en que las generaciones posteriores en la tradición marxista retomaron esa concepción. Especialmente, cuando resucitó el debate sobre la clase entre las décadas de 1960 y 1980. En las siguientes secciones, veremos primero los análisis de las clases medias en relación al modelo de dos clases en Marx, en los que la Nueva Izquierda procuró responder a las afirmaciones de que su crecimiento había contradicho las expectativas de Marx en la polarización social. Luego examinaremos la cuestión relacionada de si en algún caso la clase obrera fue (o todavía es) un sujeto revolucionario capaz de derrocar al orden capitalista. Esto, entonces, plantea el problema de cómo se podría comprender verdaderamente las relaciones de clase en relación solamente con el trabajo en el ámbito de la producción capitalista, en lugar de abarcar también al trabajo y a otras actividades que ocurren en otros lugares de la sociedad, o lo que ha denominado la esfera de la reproducción social. Aquí sugeriremos una idea alternativa de la producción y el trabajo que pueda integrar en forma eficaz la esfera de la reproducción, y ofrecer una mejor manera de desarrollar un concepto crítico de la clase. Este enfoque se aplicará entonces en la última sección a la práctica política en el mundo contemporáneo, con el fin de arrojar luz sobre los cambios que han tenido lugar en la era neoliberal y las consecuencias políticas que ahora nos confrontan.

Finalmente, este ensayo es deliberadamente abierto y de naturaleza exploratoria. Es vano imaginar que un ensayo encapsulado en los aportes de estudiosos o activistas del pasado sea una llave que pueda abrirnos un futuro mejor. Igualmente vano es el método tradicional largamente utilizado de la discusión-por-citas, donde se supone implícitamente que hay que justificar cada propuesta apelando a una autoridad, relacionada con el estudio de antiguas cuestiones, y desplegando una terminología aprobada. Ese método puede salvaguardar una tradición, pero al precio de reducir todavía más su atractivo para una sociedad que ha rechazado lisa y llanamente a los socialismos fracasados del pasado.

El análisis de la clase en la tradición marxista

Para Marx, en las sociedades capitalistas había dos grandes clases, la clase capitalista o burguesía y la clase obrera o proletariado, entrelazadas en la relación social del capital. En este cuadro, los capitalistas poseen los medios de producción, y compran la fuerza de trabajo de los obreros con el propósito de aumentar su riqueza al extraer plusvalor y acumularlo como capital; a los obreros se los ha desposeído del acceso directo a los medios para subsistir mediante su propio trabajo, y por lo tanto deben vender su fuerza de trabajo para subsistir. Las relaciones de las dos clases constituyen las relaciones de producción en el capitalismo, que es un modo de producción históricamente distintivo. Este es un orden que surge de un orden feudal preexistente, socavado por el cambio económico, social y tecnológico. Su desarrollo, a su vez, implica una creciente polarización económica entre las dos grandes clases; esto genera una consciencia política que unifica a la clase obrera en la acción colectiva para derribar el orden capitalista y abrir la puerta a una sociedad sin clases.

Esta “teoría marxista de la clase” esencial ha sido cuestionada y matizada sobre una gran variedad de terrenos, precisamente porque se halla en el centro de la teoría y práctica políticas de sus seguidores. En la teoría, las dos clases y su relación están conformadas por los conceptos del modo de producción, las relaciones de producción, el valor, el capital, el plusvalor, el proceso de trabajo, la acumulación; y necesariamente también las formas de las leyes y el estado que aseguran el dominio político de la clase capitalista. En la práctica, el socialismo como movimiento político se basa en la creencia que hay un interés común en toda la clase obrera, sobre el cual se puede construir una unidad de acción, primero para la resistencia y luego para la revolución; esto dirige nuestra atención hacia las configuraciones de la clase, los determinantes de las creencias y las conductas, y las estrategias y tácticas de la movilización política.

Antes de pasar a considerar los principales cuestionamientos críticos al modelo de las dos clases, vale la pena exponer su parte favorable, y especialmente, la idea de la clase obrera como agente del cambio social. No cabe duda de que Marx y sus sucesores afirmaron repetidamente que la dinámica de la acumulación del capital tendería a generar una creciente polarización social entre capitalistas y trabajadores. Incluso en el primer tomo de El capital, estas tendencias se especifican empíricamente al explicarse cómo, luego de su fase inicial de la “acumulación originaria” en la que los medios de producción son apropiados por la naciente clase capitalista, el impulso a la acumulación transforma a la producción de mercancías y su circulación. En la producción el argumento clave es que la subsunción “formal” del trabajo al capital, en la que los capitalistas asumen el control de los procesos de producción material sustancialmente inalterados, basados en los métodos artesanales, tiende a transformarse en una subsunción “real” del trabajo, implicando primero el desarrollo de una detallada división del trabajo en la producción fabril, y luego, la aplicación de la ciencia y la tecnología para desarrollar la producción basada en maquinarias. Como nos recordaban en las década de 1970 Braverman, Gorz, y otros, esta transformación del proceso laboral capitalista tiende a reducir una proporción creciente de la fuerza de trabajo directa en el ámbito del lugar de trabajo capitalista a una masa indiferenciada de trabajadores no calificados (o más eufemísticamente, “semi-calificados”), sometidos a la implacable disciplina de procesos mecánicos o químicos diseñados y vigilados por administradores capitalistas.

Al mismo tiempo, la competencia en el mercado refuerza este proceso. En el mercado laboral, el cambio tecnológico en la producción, que aparece como el capital en la forma de una productividad laboral en aumento, continuamente reduce la demanda de trabajadores, y por consiguiente crea un ejército de reserva del trabajo que, a su vez, deprime los salarios y socava los intentos de organizar una oposición en el propio lugar de trabajo. En los mercados de productos, la competencia conduce inevitablemente a la concentración y centralización del capital: la producción tiende a crecer más rápido que las ventas, llevando a la concentración en unidades cada vez mayores, mientras el desarrollo de los mercados crediticios y financieros alienta la centralización del capital mediante la creación y fusión de las sociedades de acciones.

Sin embargo, estos acontecimientos, ¿sientan las bases para la autoorganización y el crecimiento de la clase obrera como un actor colectivo? Lo que siempre se entendía en el marxismo ha sido que la experiencia colectiva de la lucha de clases lleva a los obreros a comprender el interés de clase que comparten, alentando la auto-organización y la manifestación política. Los propios Marx y Engels no nos dejaron una explicación sistemática de cómo podría suceder esto, pero sus escritos abundan en análisis concretos de las actividades políticas de la clase obrera, análisis que necesariamente solo pueden ser llevados a cabo por las sucesivas generaciones en respuesta a las contingencias del tiempo y el espacio. Esas contingencias evidentemente incluyen una vasta variedad de factores naturales, sociales y culturales, que acompañan a la reproducción y acumulación del capital, conformando el pensamiento y las acciones de diferentes grupos en la clase obrera. Es esta inevitable brecha entre la teoría abstracta y la auto-actividad concreta que los marxistas posteriores resumieron en la fórmula de que la “clase en sí” tenía que convertirse en una “clase para sí” dotada una comprensión colectiva de sus circunstancias.v Solo se puede atravesar esta brecha desarrollando y defendiendo las estrategias políticas para derrocar al dominio capitalista e ingresar en una sociedad sin clases. Es en este contexto que se ha cuestionado la validez del modelo de las dos clases.

Las clases medias

Un primer cuestionamiento importante al modelo de las dos clases ha sido la existencia de grupos sociales que parecen estar entre el capital y el trabajo. Para los mismos Marx y Engels, era evidente la existencia empírica de “clases medias”, y desde entonces esto ha sido el tema de debates periódicos.vi

El capitalismo ha surgido durante un largo período histórico de sociedades de un tipo muy diferente, partiendo de componentes en una división social del trabajo que estaba dominada políticamente por una clase propietaria terrateniente y caracterizada por sus distintivas relaciones de producción. La transición al capitalismo implica la continua coexistencia de instituciones, culturas y prácticas anteriores con el orden capitalista emergente, y esta hibridez persiste notablemente; pero además, la difusión del capitalismo genera el rápido crecimiento económico, nuevas formas del comercio internacional y continuos cambios tecnológicos. Estos transforman la división del trabajo en la sociedad de conjunto y en los lugares de trabajo: surgen nuevas ocupaciones y en el ámbito de la producción capitalista se introducen viejas ocupaciones, no solo afectando la creación de las dos nuevas grandes clases, sino generando continuamente una zona fronteriza mal definida entre ellas. Además, a estas complejidades nunca se las observan en forma aislada de los procesos de impugnación social que acompañan al desarrollo del capitalismo.

De este modo, a fines del siglo XIX, los socialistas reconocían la importancia política de una “aristocracia obrera” y una “pequeña burguesía”. La primera estaba formada por trabajadores organizados para defender los privilegios materiales basados en la especialidad que retenían desde sus orígenes artesanales, y para establecer el control de base en las nuevas industrias de la segunda revolución industrial. Sus niveles generalmente superiores de educación e ingreso aseguraron que jugaran un papel desproporcionado en el desarrollo de los sindicatos y partidos socialdemócratas, pero estos trabajadores también tenían la posibilidad de perseguir sus propios intereses a expensas de la clase obrera de conjunto. Esto se podía lograr individualmente a través de la promoción en el lugar de trabajo,vii y colectivamente a través del mantenimiento de gremios “artesanales” y enfrentando los intentos gerenciales de descalificar su trabajo. Como resultado, podrían integrar alianzas políticas con la reforma liberal. La pequeña burguesía, los pequeños industriales y comerciantes, eran capitalistas por definición, pero frente a la competencia del mercado y el desarrollo industrial y financiero en gran escala en este período, su posición se volvió crecientemente precaria, especialmente en las crisis económicas. Por consiguiente, gravitaron políticamente hacia alianzas populistas con la clase obrera, pero por el otro lado, las ideologías políticas del nacionalismo, el racismo o el imperialismo podían bastar para mantenerlos leales a la haute bourgeoisie y el estado capitalista.

En debates más recientes ha habido mayor interés en otros grupos intermedios, como los gerentes y los especialistas técnicos en la producción capitalista; profesionales independientes como los abogados, contadores, médicos, artistas, periodistas, clérigos, etc.; y gerentes en el sector público y en el aparato estatal. No hay dudas de que los grupos ocupacionales en cuestión se expandieron considerablemente en el siglo XX en los países capitalistas avanzados, y por cierto, también en el bloque soviético y otros estados socialistas de estado. A fines del siglo, Thorstein Veblen ya había identificado el antagonismo potencial entre empresarios e ingenieros en la industria en gran escala, y en la obra de Berle y Means, y luego James Burnham en la década de 1930, lanzaron la idea de la “revolución gerencial”.viii Hacia los años sesenta, hasta los economistas y sociólogos de las corrientes hegemónicas anunciaban un orden “postcapitalista” basado en la racionalidad técnica y la eficiencia económica. En este aspecto, es difícil hallar muchas diferencias entre el “nuevo estado industrial” de J. K. Galbraith y el análisis ostensiblemente marxista del “capital monopolista” en la obra de Baran y Sweezy.

En relación con estos elementos de clase media, los marxistas han seguido dos estrategias analíticas principales. Una estrategia es atribuir a estos grupos, o por extensión, a las clases medias de conjunto, una serie de actividades y creencias que parecen definir una localización diferente en la estructura de clases del capitalismo, que luego se convierte en un modelo de tres clases. La segunda es afirmar que los diversos componentes de las clases medias no tienen una función o propósito distintivo, sino que ocupan una posición colectivamente ambigua; como si fueran la aristocracia obrera y la pequeña burguesía tradicionales, se alinean con la clase capitalista o con la clase obrera, y más visiblemente en períodos de crisis. Ambas estrategias fueron ampliamente desplegadas en los debates europeos y norteamericanos durante los años sesenta y setenta.

Un conocido ejemplo de la primera estrategia era la tesis de la clase profesional-gerencial (CPG), planteada en 1977 por Barbara y John Ehrenreich.ix Estos autores distinguían a la CPG de la pequeña burguesía tradicional de pequeños propietarios, y la incluían en una vasta variedad de trabajadores asalariados no manuales, incluyendo a científicos, ingenieros, gerentes, funcionarios públicos, maestros, periodistas, contadores, abogados y las profesiones médicas. Citando la opinión de E. P. Thompson de que la clase solo podía ser comprendida como una relación histórica, afirmaban que el rol específico de clase de la CPG era principalmente la de reproducir las relaciones sociales capitalistas. La diversidad ocupacional, educativa, social y económica de la CPG no era obstáculo para su identificación, y en todo caso, no era mayor que la diversidad de la clase capitalista o de la clase obrera. Su rápida expansión durante los años del boom posterior a 1945 estaba estrechamente vinculada con la consolidación del capitalismo monopolista y la expansión del estado, pero también con la renovación del radicalismo de clase media en la forma de la Nueva Izquierda. Esto permitió la posibilidad de que la CPG se convirtiera en una “clase para sí”, desarrollando una voz y un objetivo políticos diferentes, y hasta asumiendo potencialmente el papel del sujeto revolucionario tradicionalmente atribuido a la clase obrera. En todos los aspectos, esto colocó a la presunta CPG de los años setenta firmemente en la tradición progresista norteamericana. También se mantuvo junto a una creciente literatura en la corriente dominante de la sociología estadounidense que anticipó las tesis sobre la “nueva clase”x así como también reflejando un pensamiento similar entre los marxistas disidentes en Europa Oriental sobre el papel de la intelligentsia (cf. Radice, 2012: 43-59).xi

En contraste con la descripción de la CPG como una clase diferente aunque relacionada, otros investigadores usaron diversos argumentos para afirmar que los grupos ocupacionales contenidos en ella podían ser absorbidos o bien en la clase capitalista o bien en la clase obrera, o seguía sin poder formar parte de una clase-para-sí, y en consecuencia eran irrelevantes para las perspectivas del cambio revolucionario.xii Las tesis de Braverman sobre la descalificación, aunque muy tergiversadas, ofrecieron argumentos para predecir que los grupos intermedios sufrirían el mismo proceso de polarización que el modelo original de dos clases implicado. Después de todo, los principios que aplicó Marx a la apropiación de las técnicas de los obreros en el desarrollo del proceso de trabajo capitalista podrían ser aplicados también a los trabajadores mentales como a los manuales, y en consecuencia a las diversas ocupaciones incluidas en la CPG. Desde la década de 1970, muchas ocupaciones profesionales y gerenciales de niveles técnicos bajos y medianos de hecho se han vuelto más rutinarias y sus trabajadores fueron sometidos a una continua erosión de las ventajas que una vez gozaron en el mercado laboral. Elementos del proceso de descalificación comunes durante mucho tiempo en el trabajo manual ahora se aplican no sólo a los empleos administrativos o de ventas de niveles bajos, sino también a empleos supuestamente de un nivel superior. El monitoreo detallado de procesos laborales en profesiones de graduados, tales como la enseñanza universitaria, socava la ideología tradicional del profesionalismo, crea antagonismo entre el personal y los altos directivos, y alienta respuestas tradicionales como el activismo sindical.

Al mismo tiempo, en los tramos más altos de la CPG, la antes celebrada revolución gerencial ha sido en gran medida revertida. En el sector privado, la resurrección del poder de los accionistas, el uso de las participaciones accionarias y la privatización generalizada de las empresas estatales han incorporado a los niveles superiores de los administradores firmemente a la clase capitalista. También en el sector público, la adopción mayoritaria de técnicas de gerenciamiento provenientes del sector privado ha socavado continuamente la ideología tradicional del servicio público, instalando en su lugar aparatos de gestión estratégica basados en jerarquías ejecutivas verticales e incentivos financieros. Esto ha sido acompañado por la tercerización de todo, desde la elaboración política hasta la provisión de servicios habituales, supervisados por el creciente intercambio gerencial recíproco entre el sector público y sus contratistas privados. Hoy sería difícil afirmar que existe una clase, en el sentido relacional marxista, que se distinga de la clase obrera y la clase capitalista. Las tendencias que han contribuido a la desaparición de la CPG son parte del giro más generalizado hacia el neoliberalismo en las últimas décadas, aunque todavía se podría argumentar que verdaderamente hubo una CPG incipiente en el período entre las décadas de 1920 y de 1970.xiii

La fragmentación de la clase obrera y el problema del sujeto

Si la clase trabajadora en el sentido de Marx puede ahora aceptarse una vez más que es abrumadoramente predominante en términos numéricos, sigue siendo cierto que al concepto de las clases medias se lo acepta muy ampliamente en el debate público; y el curso de la crisis mundial desde 2008 muestra demasiado claramente lo lejos que estamos de una eficaz política socialista basada en la clase. Esto nos conduce a la segunda cuestión crítica para la teoría marxista de las clases, a saber, la cuestión del sujeto: a cualquiera de las dos partes del modelo de dos clases, ¿se la puede verdaderamente como un sujeto histórico? En lo que concierne a la clase capitalista, esto se centra en el desarrollo histórico del capitalismo, y en los procesos económicos y políticos por los que la clase capitalista pasa a ser hegemónica en relación con las clases terratenientes como también las clases subordinadas. Hay una larga tradición de debates sobre las divisiones en la clase capitalista, en forma muy notable entre el sector industrial y el sector financiero, como también sobre las instituciones y prácticas mediante las cuales los capitales individuales o “fracciones” del capital superan los antagonismos generados por sus luchas competitivas y llegan a alguna forma de estrategia hegemónica para sostener su dominio de clase. Toda investigación histórica en estos temas inevitablemente tiene que tomar plenamente en cuenta el desarrollo del estado capitalista, que como la clase, fue debatida fuertemente en las décadas de 1970 y 1980, pero más recientemente ha sido relativamente ignorada; siendo la principal excepción la discusión sobre el sistema de estados en las discusiones sobre globalización.xiv

Aunque la relación entre el capital y el estado sigue siendo problemática, sin embargo, la cuestión de la subjetividad de la clase obrera es mucho más compleja. Como hemos señalado antes, la fórmula estándar para esto ha sido tradicionalmente distinguir entre la “clase en sí” y la “clase para sí”: aunque la acumulación amplió las filas de la clase obrera como una categoría estructural y la concentró en establecimientos productivos cada vez mayores, esto llevaría entonces a la organización activa de los trabajadores para transformarlos de víctimas de la explotación a agentes de la transformación social. Esta distinción analítica jugó una parte crucial en la configuración de la política socialista, especialmente al asegurar la supremacía de los partidos políticos, ya fueran ostensiblemente reformistas o revolucionarios, sobre otros sujetos alternativos de la clase obrera, como los sindicatos que se concentraron en las condiciones del mercado laboral o en las luchas en el lugar de trabajo. Lo que más dañó a la participación política de las bases de los trabajadores en general fue el concepto de la “falsa conciencia”, que se usaba para justificar la eliminación de la democracia de bases en las organizaciones obreras de todo tipo.xv Pero aunque la distinción “en-sí/para-sí” parece haber sido en gran parte retórica, nos conduce a la fragmentación de la clase obrera en toda la sociedad, así como a la de las conquistas que habían sido logradas históricamente mediante la política partidaria.

Que el proletariado está diferenciado en una gran variedad de formas es ciertamente claro, y especialmente en la evidencia empírica que el mismo Marx extrajo al analizar la producción capitalista en El capital. La división social del trabajo entre ramas de la producción, junto a la división técnica del trabajo en el ámbito del lugar de trabajo, significa que los trabajadores asalariados se encuentran altamente diferenciados por ubicación, ingresos, calificación y autoridad, en una compleja combinación con las diferenciaciones en cuanto al género, la etnicidad y la religión, cuyos orígenes parecen hallarse afuera del proceso de producción capitalista como tal. En su análisis de la evolución de la producción capitalista, desde la cooperación simple hasta la manufactura y luego la industria moderna, Marx hace hincapié especialmente en la forma en que en las dos últimas fases el impulso a extraer el plusvalor relativo implica la transferencia del control inmediato sobre la producción de los trabajadores hacia el capital y sus agentes.xvi Esto no significa que reduce todo a los obreros intercambiables en general, sino que reconoce la descomposición de las primeras formas de jerarquía y división de tareas y su recomposición como elementos, no menos jerárquicos y diversos, en el trabajador colectivo de la producción capitalista desarrollada. Al mismo tiempo, él considera que el desprendimiento de empleados por la industria moderna en gran escala, suministra la base para una continua renovación de campos de producción en pequeña escala y menos avanzados técnicamente; por ejemplo, la existencia generalizada de una producción adjunta, formalmente fuera de la fábrica, como el trabajo en el hogar en la industria textil, que permite a los dueños de fábricas transferir a los pequeños productores las consecuencias financieras de las crisis periódicas. El desprendimiento de trabajadores aumenta constantemente al ejército de reserva de los desempleados en general, pero ellos también están diferenciados entre los que Marx denomina los flotantes, los latentes y los estancados.

A pesar de esta obvia diversidad en la fuerza laboral de mediados del siglo XIX, hay pocas dudas de que tradicionalmente el principal punto de referencia de entonces para evaluar la unidad y la cohesión de la clase obrera fue la gran fábrica. En su discusión general sobre el desarrollo de la maquinaria en El capital, Marx afirma que una vez que la producción basada en maquinas se apodera de una industria, se invierte la relación entre los trabajadores y sus instrumentos de trabajo: el trabajador se convierte en el complemento de la máquina.xvii Con la posterior evolución hacia un sistema de maquinas unificado, los obreros son estrechamente entrelazados por su ritmo predeterminado: el carácter colectivo del trabajo confronta a los trabajadores como una necesidad técnica. Esta visión de la producción en cadena crecientemente automatizada refleja el temprano desarrollo de la tecnología de la línea de montaje, que alcanza su apoteosis a principios del siglo XX en la planta de Ford en Highland Park, y en la continua producción en cadena en las industrias químicas y relacionadas; se convierte en un tema primordial para el análisis de la producción capitalista moderna, sea por los defensores o por los críticos, así como también un punto de referencia cultural cuando se lo contrapone con el supuesto idilio de la producción artesanal, como en Metrópolis de Fritz Lang o Tiempos modernos de Chaplin.

Entre los estudiosos marxistas, se considera que este modelo de producción en masa acentúa dramáticamente las contradicciones del capitalismo. La necesidad de valorizar vastas cantidades de capital fijo acelera la tendencia hacia el monopolio, el surgimiento de trusts y cárteles que buscan controlar los mercados; y al mismo tiempo, los sistemas de producción en cadena hacen más inmediatamente evidente a la naturaleza colectiva de la explotación para los obreros, alentando de ese modo la resistencia colectiva al nivel de la planta o del taller y el surgimiento de representantes de base y otras formas de autoorganización desde abajo. Por ejemplo, Alfred Sohn-Rethel afirmaba que la contradicción entre el normal flujo y reflujo de los mercados competitivos en precios y la exigencia de continuidad de la producción en cadena equivale a una “economía de transición dual”, que él identificaba históricamente en el apoyo dado por la industria pesada alemana a las formas de coordinación y planeamiento estatales adoptadas por los nazis.xviii

Sin embargo, como se evidencia a cualquiera que examine más ampliamente la naturaleza de los procesos de trabajo capitalistas, muy pocos asalariados en el capitalismo se hallan verdaderamente subordinados a un proceso colectivo basado en máquinas de esta forma. Incluso en las industrias que son el centro de las líneas de montaje automatizadas, en el momento de mayor empleo fabril en el Reino Unido se estimaba que esos sistemas solo ocupaban el 30 por ciento de los trabajadores. La realidad es que la disponibilidad de los obreros en el taller moderno en su mayor parte no está configurada por la tecnología en una forma inflexible que contradiga la fluidez que busca el capital monetario. Como lo mostraron en la década de 1970 los pioneros de los estudios de los procesos laborales, está configurada por las decisiones de la administración capitalista y por la resistencia, sea individual o colectiva, de los trabajadores.xix Como hemos visto bien a las claras en las últimas décadas, hasta los oligopolios aparentemente más estables, ya sea en la industria o en los servicios, están dispuestos a cambios fundamentales, no solo mediante cambios tecnológicos, sino también innovaciones organizativas como la relocalización o la tercerización de la producción; al uso de complejos esquemas de incentivos, al monitoreo cada vez más detallado de la producción a través de sistemas de información; y sobre todo a los esfuerzos constantes y últimamente muy exitosos de los empleadores para eliminar derechos legales ganados duramente por los sindicatos.

Ya en 1986, Peter Meiksins había sugerido que los debates sobre la clase, y especialmente sobre la relación entre el modelo “polar” y la evidente fractura vertical y horizontal de la fuerza laboral en el capitalismo, exigían que “se reconsidere la relación entre las relaciones de producción y determinadas pautas históricas del conflicto de clase” (Meiksins, 1986: 110). Sin embargo, con la caída generalizada del interés en la clase, esas correcciones no se hicieron, o al menos, no con el resultado positivo que esperaba Meiksins. De hecho, la falta de progreso también se refleja en el llamado similar que hizo unos veinte años después por David Camfield, quien llama la atención no sólo sobre la permanente necesidad de ubicar históricamente a las clases, sino también de “incorporar conscientemente otras relaciones sociales que la de clases, como las de género y raza” (Camfield, 2005: 221).xx En las secciones siguientes trataremos de explicar esto y proponer formas para comenzar a efectuar tales cambios en la teoría y en la práctica, y en particular, superar las divisiones que nos acosan actualmente al cuestionar al presente orden social.

Producción capitalista y reproducción social

Aunque los debates en la década de 1970 sobre los procesos de trabajo capitalistas incluyeron ciertamente el estudio de esta fragmentación de la clase obrera, el giro hacia el análisis de la producción y el trabajo también coincidió con el surgimiento de obras marxistas y feministas (incluyendo explícitamente las marxistas-feministas) sobre la economía política del género, donde un tema importante fue el papel del trabajo doméstico no asalariado en el capitalismo, y más generalmente la reproducción de la fuerza de trabajo por fuera de la producción y la venta directas de mercancías.xxi Una forma de estudiar a la reproducción fue con referencia a la controvertida cuestión del trabajo productivo e improductivo, pero mirado en retrospectiva es evidente que los valientes esfuerzos por resolverlo estudiando detalladamente los textos marxistas nunca llegaron muy lejos. No podía negarse el papel del trabajo no asalariado en la reproducción del capitalismo, pero como sucedió con el trabajo dedicado al proceso laboral, su análisis crítico no transformó fundamentalmente a la teoría y el análisis marxista como cabría esperar.

En un ensayo reciente, Nancy Fraser ha tratado de investigar las razones por las que “estamos viviendo una crisis capitalista de mucha gravedad sin una teoría crítica que pueda explicarla adecuadamente (…) carecemos de las concepciones del capitalismo y de la crisis capitalista que sean adecuadas para nuestra época” (Fraser, 2014: 56). Ella considera que el análisis de Marx atribuye cuatro rasgos clave al capitalismo: en orden de precedencia, son la propiedad privada, que presupone la división normal de las dos clases; el mercado laboral libre, mediante el cual los no-capitalistas deben asegurarse su subsistencia y reproducción; la búsqueda compulsiva de la acumulación del valor en auto-expansión; y el distintivo papel de los mercados, que asignan insumos a la producción mercantil y determinan cómo se invierte el excedente de la sociedad. A este último elemento, afirma, no se lo debe interpretar como una “creciente mercantilización de la vida como tal”, porque la reproducción general de la sociedad capitalista en realidad depende de una amplia gama de actividades que no tienen lugar en el ámbito de la producción y el intercambio de mercancías (Ibíd.: 59). Mientras Marx indaga tras la apariencia de los mercados capitalistas como intercambios iguales al hallar el secreto de la explotación en la oculta morada de la producción, Fraser descubre la reproducción social en moradas que a su vez están ocultas detrás de la producción. Y afirma que Marx sólo aborda estas cuestiones en su introducción histórica al surgimiento del capitalismo en la Parte VIII de El capital I, y ahora necesitamos explorar estas moradas aún-más-ocultas. La reproducción social, según ella, es una “condición contextual indispensable para la posibilidad de la producción capitalista (…) más aún, la división entre la reproducción social y la producción mercantil es central para el capitalismo; por cierto, es un dispositivo necesario de éste” (Ibíd., p. 61s.). Lo que queda de su ensayo luego investiga estas moradas doblemente ocultas, presentando una variedad de propuestas sobre su relación con la producción capitalista y su papel en la crisis capitalista.

Aunque simpatizo con el rechazo de Fraser a la “fantasía distópica” de la mercantilización cada vez mayor, su análisis de Marx ignora algunos elementos muy importantes en su crítica de la economía política; elementos que, si ella los reconsiderara, atenuarían el impacto de sus argumentos, y apuntan hacia una diferente forma de colocar la reproducción social firmemente en el centro del análisis de la clase y de la crisis. Fundamentalmente, esto concierne a la caracterización que hace Fraser de la crítica marxiana de la producción capitalista como “económica” en su contenido, e implícitamente estructural-funcionalista más que histórica en el método. Los cuatro rasgos que ella atribuye a Marx están expuestos en las dos primeras partes de El capital, que son altamente abstractas en su contenido. Sin embargo, si leemos en las partes finales, no solo hallamos la famosa morada oculta de la producción, sino también precisamente las moradas doblemente ocultas de la reproducción social de Fraser. Allí podemos hallar amplias pruebas de que la crítica de Marx incorporaba concretamente no sólo los aspectos del orden social que serían interpretados, en la fragmentada opacidad del pensamiento burgués, como sociales, políticos, culturales o tecnológicos, sino también la relación de la humanidad con la naturaleza. Ciertamente, esto no es “economía”, como la definiría la corriente hegemónica de la ciencia social; por el contrario, al discutir cuestiones como la duración de la jornada laboral, las formas que adoptan los salarios en el empleo capitalista, o los efectos de la maquinaria en las relaciones en el lugar de trabajo, Marx no sólo se utiliza ampliamente las experiencias concretas de los trabajadores, y en las condiciones sociales que ellos sufren en su hogar, en sus comunidades y en sus relaciones con el estado.

Nada de esto que decimos significa que todo lo que necesitamos hacer es leer El capital, que de alguna manera de la frente de Marx brotó un completo manual para revolucionarios que nos bastaría para siempre; o realmente que la tarea que nos dejó fue simplemente escribir los libros restantes que indicó (en algunos pasajes ocasionales que él mismo jamás revisó para publicación) para completar su análisis. Es obvio, dada la historia del siglo XX, no sólo que es imposible deducir una conclusión de la búsqueda fetichista de la verdad en los escritos de Marx, sino también que han ocurrido toda una serie de cambios históricos que no eran visibles en la época en que Marx vivía; entre ellos, nada menos que el progreso que se ha hecho en abordar cuestiones de opresión que quedan fuera del capitalismo como tal. Pero esto es precisamente el motivo de que las principales ventajas que se derivan de estudiar a Marx son las de comprender su método de investigación, que se desarrolla en los primeros capítulos de El capital y que se ejemplifica no sólo en el relato histórico de los capítulos finales, sino también en los capítulos de análisis concretos de su propia época que hay entre ellos.

¿Cómo procede Marx en su crítica? Hay mucho material bibliográfico sobre el método de Marx disponible para quienes quieran reflexionar sobre las numerosas formas de responder esta pregunta, pero pienso que en realidad se reducen a unos pocos principios básicos. En primer lugar, el materialismo histórico implica ubicar la investigación social en el contexto histórico, usando el principio de identificar esas instituciones, ideas y prácticas que constituyen las distintas maneras en que las que la humanidad estructura su relación con la naturaleza, o sea, la reproducción social. De hecho, la reproducción social es el objeto primordial de la investigación social, y Fraser tiene razón al privilegiarla sobre la producción, en tanto que ella considera a esta última como un proceso estrechamente económico. En segundo lugar, el hilo histórico que recorre el análisis del modo capitalista de producción no debe ser identificado con rasgos específicos visibles del capitalismo (como en la lista de Fraser de la propiedad, el trabajo libre, la acumulación y los mercados). Más bien consiste en la posibilidad de una superación histórica, de que la humanidad desarrolle un auto-control consciente y colectivo, que Marx traza desde su representación más abstracta, en la forma de la mercancía, a través de sus manifestaciones históricas más concretas en las luchas sobre la organización de la reproducción social.

El capital de Marx no está construido alrededor de un relato histórico del capitalismo, sino alrededor de una crítica de la economía política; o sea, la ideología central de la clase capitalista en ascenso. En el corazón de esta ideología, afirma, se encuentra el concepto del mercado auto-regulado, liberado del sometimiento al soberano o al estado, y en consecuencia su análisis comienza con la mercancía como el objeto del intercambio mercantil. Descubre primero la naturaleza dual de las mercancías como objetos útiles (valor de uso) y como portadoras del valor de cambio. Sugiere que el intercambio de dos valores de uso distintos en cantidades determinadas indica que ellas tienen algo en común, a saber, que son productos del trabajo. El valor de una mercancía es la cantidad de trabajo socialmente necesario encarnada en él, haciendo abstracción del trabajo específico o concreto que hace útil al producto para cumplir necesidades sociales. De igual manera, el trabajo llevado a cabo por un trabajador en producir una mercancía tiene un carácter dual, como trabajo útil concreto, y como trabajo abstracto que produce valor; una distinción que se encuentra específicamente ausente en las apologías de la economía política burguesa. La importancia de esta distinción surge en la sección sobre el fetichismo de las mercancías, donde Marx presenta repetidamente esta cuestión desde diferentes perspectivas.

El carácter dual del trabajo ofrece el punto de partida desde el que Marx elabora su crítica.xxii La elaboración sigue una secuencia de conceptos muy específica, primero en la esfera de la circulación, de la mercancía al trabajo, al dinero, al capital, al plusvalor y la explotación. Luego penetra en la esfera de la producción, donde el proceso laboral no solo reproduce las mercancías que entran en él, sino también a los capitalistas, los trabajadores y las relaciones sociales entre ellos, a través de la extracción del plusvalor y la subsunción del trabajo al capital. Finalmente, vuelve en la Parte V a la circulación, donde ese plusvalor se lo realiza, distribuye y es acumulado como capital. La forma en que se desarrolla el análisis refleja deliberadamente el circuito de la producción capitalista, porque esa es la realidad que se halla detrás del velo del fetichismo de la mercancía, la “magia del mercado”. En ese camino no sólo surge el capitalista, sino también el trabajador, no sólo individuos que persiguen su interés personal a través del libre cambio, sino el capital y el trabajo como categorías sociales y como clases; no sólo la libertad del mercado, sino la coerción del estado; no sólo la lógica del sentido común de la acumulación del capital que organiza la producción y venta de mercancías útiles, sino la división de la sociedad en explotadores y explotados, la devastación de las comunidades y de la naturaleza, y todos los ocultos agravios de clase.

Sin embargo, en todas las etapas de la discusión también aparece la posibilidad de un orden social diferente que podría establecer la humanidad, no sobre ideales caídos del cielo, sino sobre la base de la negación de la producción mercantil capitalista.xxiii Como un modo histórico de producción, el capitalismo contiene en su ámbito no solo la esfera del valor, la lógica implacable que la economía política burguesa representa y trata de naturalizar, sino también la esfera del valor de uso. En todas las facetas de la producción y reproducción social coexisten estas dos esferas: una impulsada por el imperativo de la acumulación del capital, y la otra por la aplicación del tiempo de trabajo para cumplir la necesidad transhistórica de la subsistencia de la humanidad.

En esta discusión, ¿dónde encaja la clase, en el sentido del modelo biclasista? Seguramente es parte de la esfera del valor; e igualmente seguro, el potencial para su negación – una sociedad sin clases -, se halla en la esfera del valor de uso, donde se gasta el trabajo concreto útil para satisfacer necesidades sociales. Cuando se ubica el modelo biclasista de Marx en el ámbito de la dualidad revelada por su crítica del pensamiento burgués, se revela el carácter histórico de su imposición en la sociedad, y también la posibilidad de su superación. Precisamente porque la forma capitalista del dominio de clase está constituida con la esfera del valor y el capital, el punto de partida para su superación debe hallarse fuera de ella, en aspectos de la sociedad que deben continuar más allá del capitalismo, aunque en una forma diferente. Para concebir el socialismo como una esfera de libertad, y desarrollar prácticas sociales que pueden comenzar a realizarlo, debemos comenzar a partir de los valores de uso, el trabajo concreto y las necesidades sociales. Esto es lo que los críticos de la política de clases han estado defendiendo; pero esto no requiere abandonar al análisis de Marx sobre el capital y la clase, sino sólo su re-interpretación como una crítica de la economía política, en lugar de una economía marxista.

Hallar hoy los puentes al socialismo en el capitalismo

Si la investigación del método en la sección anterior nos permite integrar la política de la producción y de la reproducción, entonces, igualmente se puede aducir que el modelo relacional de Marx sobre la clase, que es históricamente específico del capitalismo, generalmente es compatible con los lineamientos sociológicos de las clases basadas, como las de Savage y sus colaboradores en la identificación de agrupaciones de características económicas, sociales y culturales en la sociedad. Más que eso, la integración de los dos enfoques sobre la clase en un mismo esquema ontológico y epistemológico permite que se aborden las debilidades de cada uno. Por un lado, la verdadera fragmentación de la clase obrera “relacional” afecta los intentos de desarrollar una política emancipadora con un atractivo suficientemente amplio para llegar a ser un serio cuestionamiento al capitalismo tal como existe en realidad y la forma en que se lo percibe. Por el otro lado, como se señaló al comienzo, partiendo desde las actitudes subjetivas y las prácticas sociales de diferentes segmentos de la sociedad dificulta que se vea al bosque a través de los árboles: comprender las semejanzas que oculta un sentido común hegemónico centrado en las aspiraciones individuales en relación a la propiedad y el consumo.

Recientemente, en ningún lugar ha sido más visible esto que en la frustrante incapacidad del “99 por ciento” identificado por el movimiento “Occupy” para transformar a la visceral hostilidad hacia el restante 1 por ciento en un serio cuestionamiento político al neoliberalismo. Las más recientes consignas de los movimientos sociales parecen ser muy poco más atractivas que las anteriores del movimiento obrero tradicional, aún cuando ambas pueden confluir al menos en la identificación del objeto de su ira, como lo hicieron por pocos años luego de la Batalla de Seattle en 1999. Es más, mientras continuaba la actual crisis, la experiencia común de shock y dislocación que siguió a la quiebra financiera ha sido reemplazada por marcadas diferencias en la forma en que la resolución de la crisis afecta a diferentes grupos: no solo entre empleados y desempleados, o en calificados y no calificados, sino entre diferentes países y regiones. En Gran Bretaña, el gobierno de coalición y la mayoría de los medios de comunicación han culpado a los beneficiarios de ayudas sociales (sean desempleados, o que reciben ingresos tan bajos que deben ser complementados con ayudas estatales) y sobre todo a los inmigrantes, con una deliberada estrategia de dividir para reinar. Mientras tanto, los obreros alemanes protegidos de las políticas de austeridad han mostrado poca o ninguna solidaridad, ya fuera con sus compatriotas menos protegidos, o con los trabajadores en la “periferia” de la Eurozona, a cuyos gobiernos se los ha culpado por la crisis y obligado a imponer cortes sin precedentes en los niveles de vida y en las prestaciones estatales. También se ha notado ampliamente el impacto económico diferencial de las políticas de crisis sobre las mujeres (cf. Rubery y Rafferty, 2013). Por todo el mundo, los empleadores y los gobiernos por igual baten el tambor de la “competitividad internacional”: trabaja más duro y más tiempo, haz lo que te digan, invierte en tu capacitación (por tu propia cuenta), y entonces, sólo quizás, puedes evitar perder tu trabajo a manos de los laboriosos chinos (o según sea el caso, mexicanos, turcos, etc.). Es más, un rasgo crucial del capitalismo en su forma moderna neoliberal es que la lógica individualista de la competencia se impone mucho más allá de la esfera de la producción capitalista: como sucede en el sector de la educación superior, que emplea a muchos de quienes leen esto, e incluso, parece ahora, en la “producción” de protestas (cf. McGettigan, 2013; Dauvergne y LeBaron, 2014).

Pero esta es la ideología del capital, el mundo visto desde el punto de vista de la ley del valor y la compulsión de la ganancia. Mientras tanto, no sólo en el interior de la producción capitalista, sino también en las esferas de la reproducción que se encuentran fuera de la fábrica o la oficina, esas esferas que Fraser identifica como doblemente ocultas, hay otras fuerzas moviéndose en contradicción con esa ideología. En la producción capitalista, el impulso inexorable a descualificar y controlar a los trabajadores aumenta, con igual necesidad, contra la inevitable dependencia del capitalista respecto de los seres humanos. En su crítica de la tesis de Ehrenreich de que el trabajo de los ingenieros esencialmente reproduce la búsqueda de ganancias y de esta manera el dominio del capital, David Noble insistió sobre la permanente ideología del profesionalismo, que sigue enraizada en el ejercicio del saber científico y práctico, y en las satisfacciones no pecuniarias obtenidas de dicho trabajo (cf. Noble, 1979). En estudios posteriores sobre la jerarquía en el status del lugar de trabajo Paul Durrenberger y Dimitra Doukas han afirmado que un “evangelio del trabajo” continúa actuando como contrapeso contra el “evangelio de la riqueza” entre los obreros estadounidenses.xxiv

En términos más generales, el concepto aparentemente abstracto del “obrero colectivo” desarrollado por Marx en su análisis de la maquinaria y la industria moderna no representa solamente, como muchos afirman, la estrategia del “capital dominante”; también contiene en su ámbito la necesidad de los elementos de ese obrero colectivo (en otras palabras, los obreros individuales) para combinar creativamente sus actividades concretas. Fuera del proceso muy mitificado pero raramente logrado de la producción “totalmente automatizada”, la mayoría de nosotros tenemos que ejercitar nuestra imaginación y combinar nuestros talentos con los de otros en tareas, desde las más mundanas a las más esotéricas. Si el socialismo es la “libre asociación de productores”, entonces el lugar del trabajo capitalista, quiérase o no, ofrece un anticipo de él. Hace cincuenta años, en un corto capítulo relativamente cercano a su estudio sobre El capital de Marx, Roman Rosdolsky examinó lo que llamó “los límites históricos de la ley del valor”.xxv En él afirmaba que al contrario de la acostumbrada afirmación de que Marx estaba poco dispuesto a hacer ningún tipo de predicciones sobre una futura sociedad socialista, “constantemente encontramos discusiones y comentarios en El capital, y en las obras preparatorias del mismo, que se refieren a los problemas de una sociedad socialista”. Su sugerencia de que el método de Marx dirige nuestra atención hacia el pasado histórico y al mismo tiempo plantea los “presupuestos históricos para un nuevo estado de la sociedad”, apoya la idea de que pueden hallarse ciertamente puentes hacia el socialismo en el interior de la producción capitalista cotidiana.

¿Qué sucede con el trabajo de la reproducción social que tiene lugar en los hogares, en las actividades del ocio recuperativo, o en las asociaciones voluntarias de todas clases que complementan o incluso reemplazan la provisión financiada por el estado de bienes y servicios? Seguramente, esto demuestra también la inevitable dependencia de tareas, independientemente de que sean ordenadas y por quién, sobre el trabajo concreto que implica previsión, iniciativa y creatividad de individuos, típicamente ejercidas en cooperación con otros. En la medida en que tales formas de trabajo cambien hacia un lado u otro del límite entre la producción capitalista y la no capitalista, hay un pequeño cambio en el trabajo concreto realizado; lo que cambio es si genera una recompensa pecuniaria, y hasta dónde esa recompensa se disminuye por la interposición del capital privado en el proceso de producción.

En consecuencia, deberíamos estudiar el mundo del trabajo (por el cual quiero decir todo tipo de trabajo, no solo el que tiene lugar en el marco del trabajo asalariado capitalista ) no solo como una forma exterior y alienante de la subordinación al otro. Es igualmente, como lo dijo Marx, “la condición eterna impuesta por la naturaleza de la existencia humana, y en consecuencia es independiente de cada fase social de esa existencia, o más bien, es común a todas estas fases” ((Marx, 1998:184)). Pero esta misma universalidad debe ser reconocida, y ser vista como fundamental para la construcción de un movimiento cuyo propósito de clase es, muy simplemente, la abolición de la sociedad de clases.

Aquí tenemos que volver a la controvertida cuestión de la política; ya no más una política “de” clase o una “política obrera”, sino una política contra la clase. Esto exige, en primer lugar, que dejemos de ser reticentes sobre nuestro objetivo final, y comenzar a explicar en detalle cómo imaginamos exactamente a los rasgos constitutivos de una sociedad postcapitalista. Al dividirlo en un cuadro de necesidades sociales y actividades creativas bajo el socialismo, que las personas puedan comparar directamente con sus experiencias cotidianas bajo el capitalismo, podemos cuestionar el incesante redoble de “no hay alternativas”. El capitalismo no es un orden natural, es un orden social; construido por seres humanos interactuando entre sí, puede igualmente ser demolido y reemplazado. Esto no es nada más ni menos que el propósito original del movimiento del Foro Social, al parecer, marginado por la crisis de 2007-08 y sus secuelas, pero aún en su forma más vigorosa, afectado por los remanentes de la fracasada política partidaria del siglo pasado.

Esto nos conduce a una segunda exigencia: que hagamos frente a las dolorosas lecciones de esos fracasos. ¿Cómo se puede cuestionar políticamente a las grotescas desigualdades de la riqueza y el poder en el capitalismo, si no es con una fuerte insistencia en la participación igualitaria de todos en todo movimiento importante por el cambio? Esto tiene que arraigarse en los principios de ciudadanía y democracia que gobernaron la búsqueda de la justicia social en los siglos pasados: no se debe más desestimar fácilmente como “democracia burguesa”, ni insistir en que el esclarecimiento de “las masas” sólo lo puede brindar una elite partidaria. ¿Cuántos más intentos se harán para establecer partidos de izquierda que busquen el santo grial de una política revolucionaria que se oponga a hacer concesiones a la política burguesa? Si aceptamos que existen los puentes en la vida cotidiana que pueden ayudarnos a desarrollar un movimiento popular y poderoso por el socialismo, entonces no hay nada que perder trabajando en el seno de organizaciones existentes, sean partidos, sindicatos o movimientos sociales de todas clases. Dados los compromisos que nos vemos obligados a hacer cada día de nuestras vidas, seguramente podemos vivir con compromisos en nuestro trabajo político; en muchos países tenemos oportunidades para hacerlo en partidos socialdemócratas o verdes en los que hallaremos personas que comparten alguna visión de un mundo mejor. Sobre todo, ningún trabajo para desarrollar un análisis más esclarecedor del capitalismo de hoy en día nos llevará a ofrecer un despertar político sin una gran cantidad de arduos esfuerzos en el mundo real de vidas comprometidas y aspiraciones confusas. Quizás ya es hora de leer y escribir menos, y en su lugar, de sumergirse en ese mundo.

(Publicada en Socialist Register 2015)


Artículo enviado por el autor para su publicación en Herramienta. Agradecemos la gentileza de Socialist Register por su autorización para publicar el mismo en nuestra revista. Traducción de Francisco T. Sobrino


i Richard Wilkinson y Kate Pickett, The Spirit Level: Why More Equal Societies Almost Always Do Better, Londres: Allen Lane, 2009; Daniel Dorling, The No-Nonsense Guide to Inequality, Oxford: New Internationalist, 2012; George Irvin, Super Rich: The Rise in Inequality in Britain and the United States, Cambridge: Polity Press, 2008.
ii Además, la metodología de la encuesta LSE/BBC ha sido severamente criticada por Mills, 2014: 437ss.
iii Leo Panitch, Greg Albo and Vivek Chibber, “Preface”, Socialist Register 2014: Registering Class, Londres: Merlin Press, 2013, pp. ix-xi. Este ensayo también incluye ideas de Hugo Radice (cf. Radice, 2010: 27-49; y 2011).
iv ver Sheila Rowbotham, Lynne Segal and Hilary Wainwright, Beyond the Fragments: Feminism and the Making of Socialism, 3rd edition, Londres: Central Books, 2013. Sobre el patriarcado en particular, ver Heidi Hartmann, ‘The Unhappy Marriage of Marxism and Feminism: Towards a More Progressive Union’, Capital & Class, 8, 1979, pp. 1-33.
v Ver Camfield, 2005: 421-30.
vi Para descripciones generalmente marxistas de los debates ver Walker, 1979; Abercrombie y Urry, 1983; Bob Carter, 1985; Erik Olin Wright, 1989; y Rosemary Crompton, 1993.
vii Así, el propio Marx analiza la necesidad en la producción capitalista, desde su comienzo, de un “tipo especial de asalariados” para supervisar el proceso laboral: ver Karl Marx, El capital – Crítica de la economía política, Tomo I, México: Siglo XXI, p. 403.
viii Ver Thorstein Veblen, The Theory of Business Enterprise, Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1904; Adolf Berle y Gardner Means, The Modern Corporation and Private Property, Nueva York: Macmillan, 1932; James Burnham, The Managerial Revolution: Or, What is Happening in the World Now, Nueva York: John Day, 1941.
ix Barbara Ehrenreich and John Ehrenreich, ‘The Professional-Managerial Class’, Radical America, 11(2), 1977, pp. 7-31; y ‘The New Left and the Professional-Managerial Class’,  Radical America, 11(3), 1977, pp. 7-22. Walker, en Between Labour and Capital, incluye evaluaciones críticas de su obra por parte de 10 académicos y activistas de izquierda en los EE.UU. Para otras tesis “no-proletarizadas”, ver Abercrombie and Urry, Capital, Labour, cap. 5.
x Un notable ejemplo es Alvin Gouldner, The Future of Intellectuals and the Rise of the New Class, Nueva York: Seabury Press, 1979; ver también la reseña de Charles Kurzman y Lynne Owens, “The Sociology of Intellectuals“, Annual Review of Sociology, 28, 2002, pp. 63-90.
xi Para un análisis crítico integrado de las teorías de la nueva clase en el capitalismo y en el socialismo soviético, ver Lawrence King e Iván Szelényi, Theories of the New Class: Intellectuals and Power, Minneapolis: University of Minnesota Press, 2004.
xii Por ejemplo, Harry Braverman, Labour and Monopoly Capital, Nueva York: Monthly Review Press, 1974; y Guglielmo Carchedi, On the Economic Identification of Social Classes, Londres: Routledge & Kegan Paul, 1977. Ver también Abercrombie and Urry, Capital, Labour, Cap. 4.
xiii Barbara Ehrenreich y John Ehrenreich han reconocido la desaparición neoliberal de la CPG en “Death of a Yuppie Dream: The Rise and Fall of the Professional-Managerial Class”, Nueva York: Rosa Luxemburg Stiftung, 2013, accessible en http://www.rosalux-nyc.org.
xiv Ver en especial a Stanley Aronowitz y Peter Bratsis (eds.), Paradigm Lost: State Theory Reconsidered, Minneapolis: University of Minnesota Press, 2002. Geoffrey Ingham ha examinado detalladamente cómo se forjó la unidad de la clase dominante a través de la incipiente hegemonía de la riqueza monetaria en Capitalism, Cambridge, Reino Unido: Polity Press, 2008.
xv No se puede atribuir a Marx el concepto de falsa conciencia. Ver a J. McCarney, “Ideology and False Consciousness”, 2005, accessible en http://marxmyths.org.
xvi Cf. Marx, El capital, op. cit., parte IV y para el resto de este parágrafo, ver especialmente el capítulo XV, secciones 3, 4 y 8.
xvii Ibíd., capítulo XV, secc. 1.
xviii Alfred Sohn-Rethel, “The Dual Economics of Transition”. En: Conferencia de Economistas Socialistas, The Labour Process and Class Strategies, Londres: Stage 1, 1976, pp. 26-45; y Economy and Class Structure of German Fascism, Londres: CSE Books, 1978.
xix Ver por ejemplo André Gorz, ed., The Division of Labour: The Labour Process and Class Struggle in Modern Capitalism, Brighton: Harvester, 1976; Richard Edwards, Contested Terrain, Nueva York: Basic Books, 1979; Maxine Berg, ed., Technology and Toil in Nineteenth Century Britain: Documents, Londres: CSE Books, 1979.
xx Ver también su ensayo más reciente, “Theoretical Foundations of an Anti-Racist –Queer Feminist Historical Materialism”, Critical Sociology, de próxima publicación.
xxi Para una excelente introducción a esta cuestión ver Valerie Bryson, “Production and Reproduction”, en Georgina Blakely and Valerie Bruson, eds., Marx and Other Four-Letter Words, Londres: Pluto Press, 2005 (agradezco a Daniele Tepe-Belfraege por informarme sobre esta fuente).
xxii A esta “dialéctica del trabajo” también se la puede entender como parte de una interpretación historicista de Marx, en la que no hay una brusca ruptura entre su obra “temprana” y “madura”. Ver Paul Walton y Andrew Gamble, From Alienation to Surplus Value, Londres: Sheed and Ward, 1972, especialmente el capítulo 2, “Alienation and the Dialectics of Labour”, pp. 24-50.
xxiii Este tema aparece en Hugo Radice, “Utopian Socialism and Marx’s Capital: Envisioning Alternatives”. En Lucia Pradella and Tom Marois, (eds.), Polarizing Development:Alternatives to Neoliberalism and the Crisis, Pluto Press, de próxima publicación.
xxiv Ver E. Paul Durrenberger and Dimitra Doukas, “Gospel of Wealth, Gospel of Work: Counterhegemony in the US Working Class’, American Anthropologist, 110(2), 2008, pp.. 214-25. Para más datos sobre la politica de la clase obrera en EE.UU ver Paul Durrenberger, American Fieldnotes: Collected Essays of an Existentialist Anthropologist, West Branch, Iowa: Draco Hill Press, 2013; y Michael Yates, In and Out of the Working Class, Winnipeg: Arbeiter Ring Publishing, 2009; y sobre el Reino Unido, ver Selina Todd, The People: The Rise and Fall of the Working Class, 1910-2010, Londres: John Murray, 2014.
xxv Roman Rosdolsky, The Making of Marx’s ‘Capital’, Londres: Pluto Press, 1977, cap. 28 (originalmente publicado en alemán en 1968). Las notas al pie están en la p. 414 (la segunda cita es de Marx, Grundrisse: Foundations of the Critique of Political Economy, Harmondsworth: Penguin Books, 1973, p. 461). Ver también la extensa explicación del concepto del socialismo en Marx en Peter Hudis, Marx’s Concept of the Alternative to Capitalism, Chicago: Haymarket Books, 2013.

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